La
semana pasada, paseando por Greenwich Village me acordé de mis primeros días en
la gran ciudad.
En
junio, celebraré el noveno aniversario de mi estancia en Nueva York. Habrán
pasado nueve primaveras desde la primera vez que desembarqué en JFK con una
maleta y me quedé “ojiplática” al llegar a Christopher Street, calle en la que
me hospedaba por unas semanas. Yo no sabía que lo que pasaba en aquel preciso
momento, en aquella precisa calle, era la celebración del 2005 gay parade.
Cuando bajé del taxi pensé que me encontraba en el mundo de Alicia en el país
de las maravillas.
Me bajé
del taxi, el taxista me aseguró que la dirección que le había dado era aquélla
(una pequeña puerta entre dos gigantescos sex shops) y luego se enfureció
conmigo por no darle propina (no sabía que había que darle) y me tiró la maleta
a la acera.
Ahí me
encontraba yo, en Christopher Street, a las 9 de la noche, frente a dos sex
shops, y rodeada de decenas de personas luciendo boas de plumas y bailando sin
camisetas. Mi segunda interacción con el mundillo neoyorkino (después de la que
tuve con el taxista) fue con un chico muy alegre que se acercó a mí y me plantó
un beso en la mejilla. Es preciso mencionar que el susodicho llevaba unos
pantalones tan cortos que yo tenía miedo de que se le escapara algo; lucía el pecho untado en aceite; llevaba un gorro de cowboy y una serpiente viva (¡!!!!)
alrededor del cuello. Y yo seguía sin saber que aquello era parte del gay
parade de Nueva York y por supuesto, me sentía igual que Paco Martínez
Soria en la gran ciudad.
Cuando
entré en la casa conocí a mi primer compañero de piso en Nueva York que, después de ensenarme el ala este y el ala oeste del apartamento de 20 metros
cuadrados, me dijo que era kosher. Yo, que nunca había oído esa palabra antes,
asentí y le dije que yo era de Vitoria y había estudiado Periodismo.
Obviamente, me pasé las siguientes cuatro semanas usando sus cazuelas, vasos y
demás utensilios como me venía en gana. Él nunca se enteró y yo tampoco supe
que hacía nada malo hasta que meses más tarde me enteré de lo que
significaba ser “kosher”.
Yo que hasta entonces me creía una urbanita, me
di cuenta de que era más de campo que las amapolas.
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